sábado, 25 de febrero de 2012


OPINIONES DE LECTORES DE ABC COLOR, CONTRARIAS AL EDITORIAL DE ALDO ZUCOLILLO TITULADO: ¿A quién puede beneficiar otro “marzo paraguayo”?

Escrito por Beato Bareiro Nuñez: Ojala que no sea necesario nunca mas otro Marzo Paraguayo, sobre todos para los familiares de los asesinados y los 500 heridos por la horda oviedista criminal. Luego vineron las patrañas de parte del oligarca Zucolillo, todo para protejer a su socio criminal. Es mas yo creo que Zucolillo tambien estuvo metido en el magnicidio y por eso se metio a embarrar la cancha y usar su diario de aguatadero del hoy espantavotos Lino O.

Escrito por al_dome_reles: El glorioso marzo paraguayo fue por indignación ante el quiebre del estado de Dercho por el nefasto decreto 117 y el asesinato del vicepresidente por los mafiosos Oviedo y su encubridor Zucolillo.

Escrito por patriot_democrist: Que manera de perder el tiempo y desperdiciar este brillante momento y el espacio que tenemos para construir nuestro querido PARAGUAY… Claro que la intención de don aldo es otra cosa.

Escrito por mentecriminal: como aquella vez… el unico que se beneficio fue ABC y Zucco
http://www.abc.com.py/nota/a-quien-puede-beneficiar-otro-marzo-paraguayo/

¿A quién puede beneficiar otro “marzo paraguayo”?
“Ñacunday puede ser escenario de un nuevo marzo paraguayo”, dijo recientemente el senador Sixto Pereira, vocero del luguismo. Los anuncios de violencia colectiva pueden ser interpretados como meras advertencias ante ciertos indicadores, o como pronósticos de lo que ocurrirá. ¿Quiénes querrían o a quiénes beneficiaría que se produjera otra especie de “marzo paraguayo” en ocasión de una represión a los “carperos” de Ñacunday, o durante una incursión de estos en la capital para atracar a instituciones y autoridades? Tal vez convenga a quienes pretenden conquistar el poder o mantenerlo por la fuerza. Y, en esta dirección, la creación de “mártires de la causa” siempre es un excelente recurso político.

¿Qué hacer frente a las provocaciones de los “carperos” y de las sorpresivas iniciativas tomadas por el Gobierno para poner en tela de juicio la legitimidad de las posesiones sobre la tierra rural en las zonas más desarrolladas del país? Muchas personas se están formulando esta pregunta. Además de estas otras: ¿Qué diferencia substancial existe entre los autodenominados “carperos” y sus desmanes, y las acciones concertadas para ocupar tierras particulares que cometían anteriormente los diversos grupos conocidos como “sintierras”? ¿No son acaso similares, tan solamente diferenciados por las denominaciones?

Cierto comentario recientemente vertido por el senador Sixto Pereira podría arrojar más luz sobre la cuestión: “Ñacunday puede ser escenario de un nuevo marzo paraguayo”, manifestó el vocero del luguismo. Si se leyera esto con ingenuidad se diría que se trata apenas de un comentario; pero si no fuera así, podría interpretarse como un vaticinio.

En efecto, los anuncios de hechos de violencia colectiva pueden ser interpretados como meras advertencias ante ciertos indicadores, o como pronósticos de lo que ocurrirá si ciertos planes tienen éxito y ciertos hechos se producen en el orden pensado. La importancia que debe darse a este tema radica, naturalmente, en la posibilidad cierta de la segunda opción.

Hay al menos dos elementos nuevos de conflicto que los “carperos” vinieron a introducir en la problemática de la tierra rural: la pretensión de apoderarse de tierras particulares en los lugares mejor laborados del país, y la determinación expresada reiteradas veces de resistir a las autoridades y de mantenerse al margen de la legalidad.

Y considerando que esta organización se conformó a la vista y con la anuencia del Gobierno, que este le dio largas al conflicto en ciernes, que les alentó con promesas y otras demostraciones de apoyo indirectas, como el permitir a los “carperos” que ellos mismos se atribuyeran competencias de autoridad en el “affaire” de los amojonamientos de terrenos, o al anunciar que les instalarían “carpas-escuelas”, y con otras desafortunadas iniciativas similares, fue inevitable que en la opinión pública se instalara firmemente la convicción de que detrás de este grupo violento había oculto un proyecto político mucho más vasto y políticamente más ambicioso.

Es dentro de este cuadro de situación donde hay que ubicar las declaraciones del senador luguista. ¿Quiénes querrían o a quiénes beneficiaría que se produjera otra especie de “marzo paraguayo” en ocasión de una represión a los “carperos” de Ñacunday, o durante una incursión de estos en la capital del país para atracar a instituciones y autoridades? La primera respuesta que se presenta al sentido común es: “A nadie”. Pero, para no pecar de ingenuidad, habría que ensayar otra respuesta, siquiera hipotéticamente: “Tal vez convenga a quienes pretenden conquistar el poder o mantenerlo por la vía de la fuerza”. Y, en esta dirección, se sabe que la creación de “mártires de la causa” siempre resulta ser un excelente recurso político.

El llamado “marzo paraguayo” tuvo el efecto de forzar la renuncia de un presidente regularmente electo y derrocar al sector político que este representaba, para sustituir a ambos precisamente por sus adversarios, en una maniobra palaciega de gravísimas consecuencias para la institucionalidad y para los derechos humanos de los desalojados. Así también, un gran acto de violencia social y política generado y sucedido alrededor de los “carperos” podría buscar como efecto la alteración del orden constitucional, la instalación de un nuevo gobierno al margen de la regularidad legal o, siquiera, la consolidación de un nuevo sector político partidario capaz de utilizar la violencia para imponer una situación de hecho con visos de legalidad, justamente como sucedió en marzo de 1999.

A algunas personas este paralelismo podría parecer fantasioso o deliberadamente alarmista, a otras podría indicar un itinerario futuro posible –y temible– para la actual tendencia política. En el primer caso, no habría mayor problema, pues uno se desentiende de la cuestión y dedica su atención a otras cosas. En el segundo caso, la actitud tendría que ser radicalmente contraria, pues lo que estaría en juego sería demasiado importante para todos como para quedar impasible ante su probabilidad y sus eventuales consecuencias.

Mientras se incuban estos solapados proyectos, los políticos de los partidos tradicionales continúan en su cómodo letargo, pensando solo en hacer el “rekutu” en las próximas elecciones, sin importarles un bledo el destino del país.
25 de Febrero de 2012 00:00

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